lunes, 16 de noviembre de 2015

Martirios: un catálogo de sufrimientos

A lo largo de la historia, un sinnúmero de héroes, caudillos, representantes de una comunidad han sido martirizados, ejecutados de una forma más o menos ordenada y con el fin de darle al individuo y a sus seguidores un azote aleccionador. El anecdotario, sin embargo, muestra a estas personas estoicas frente al sufrimiento y revirtiendo al fin el objetivo inicial, y sobreviviendo al martirio de alguna forma. Veamos un pequeño catálogo de estos tormentos.
San Lorenzo:
Lorenzo o Laurentius era el archidiácono del Papa Sixto II, pero el Papa fue ejecutado durante la persecución de Valeriano. Entonces Lorenzo se apuró en distribuir entre los pobres los bienes que la Iglesia le había confiado. Ni bien eso ocurrió, fue citado por el Prefecto, que le exigió la entrega de la fortuna de la Iglesia. Lorenzo le mostró ciegos, mudos, pobres, paralíticos, etc. y le dijo “Estos son nuestros tesoros, nuestras perlas, ya que en ellos vive el propio Cristo”. “¿Así que te hacés el gracioso?”, dijo el prefecto, y ordenó el suplicio. Lorenzo fue azotado con ganchos, golpeado con bolas de plomo, quemado con ardientes placas de hierro en los costados. Pero permanecía como si nada. Sus torturadores, en cambio, se convertían al cristianismo. Encolerizado, el prefecto ordenó tenderlo en una parrilla y colocarlo a las brasas, mientras se tomaba un Malbec y pedía helado. Transcurrido un tiempo, Lorenzo exclamó: “ Ya puedes mandar que den vuelta mi cuerpo, pues de este lado ya está bien asado”. Hecho esto, al pasar un rato, dijo: “Ahora mi carne está completamente asada, ya puedes comer de ella”, y murió.
Cada 10 de agosto, su cabeza quemada y momificada es expuesta en el Vaticano.

Santa Eulalia de Barcelona o de Mérida.
Eulalia era una niña educada en el cristianismo, que vivió en las afueras de la ciudad de Barcino, nombre romano de Barcelona, en lo que hoy es el barrio de Sarriá, a finales del siglo III. A sus 13 años, comienza el período de persecuciones a los cristianos del emperador Diocleciano, Entonces Eulalia se indigna y quiere ir a ver al gobernador para recriminarle su accionar. Sus padres la ocultan en una casa de campo, pero de allí se escapa y va a buscar al gobernador de Barcino, Daciano, para quejarse por las represiones. El gobernador le ofrece riquezas y que adore a los dioses paganos, pero la niña patea y escupe las imágenes. Ante la negativa de la niña a renunciar a la fe cristiana, la condenó a trece martirios, tantos como años tenía. Menos mal que no fue a quejarse al año siguiente. ¿Vió como son algunos, que dejan todo para último momento?
“Suerte que me indigné a tiempo”, dijo Eulalia.
Por empezar, como primer tormento fue encarcelada en una prisión oscura, para posteriormente ser azotada. En el potro le fue desgarrada la carne con garfios. Luego fue puesta de pie sobre un brasero ardiendo y le fueron quemados los pechos. Las heridas le fueron fregadas con piedra tosca, para luego arrojarles aceite hirviendo y plomo fundido, además de lanzarla a una fosa de cal viva.
El noveno tormento, uno de los más conocidos popularmente, consistió en ponerla desnuda dentro de un tonel lleno de cristales, clavos y otros objetos punzantes, y lanzada por una calle en bajada, como si fuera por Colón hacia el mar.
Posteriormente, fue encerrada en un corral lleno de pulgas. ¿Cómo es un corral lleno de pulgas? ¿Cómo se hace para que las pulgas no se vayan del corral, o para cazarlas y llevarlas al mismo? Finalmente, fue paseada desnuda por las calles de la ciudad hasta el lugar del suplicio donde fue crucificada en una cruz en forma de aspa. Según la leyenda, durante su crucifixión se produjo una nevada, tapando la pureza de su cuerpo desnudo, o lo que quedaba de éste. También según la tradición popular, al final de su oración para que la recibiera el Señor en el cielo, la gente vio salir de su boca una paloma blanca.
A lo largo de los siglos, otras leyendas y mitos han surgido sobre la santa. En 878, sus restos, que estaban enterrados en Santa María de las Arenas, fueron trasladados a lo que hoy es la Catedral. Según la leyenda, cuando la comitiva que llevaba el féretro llegó a la puerta de la ciudad, el sarcófago se volvió tan pesado que resultaba imposible moverlo. En ese instante, apareció un ángel que señaló con el dedo a uno de los canónigos de la procesión. Este, arrepentido, confesó que se había quedado un dedo del pie de la santa como reliquia. Una vez restituido el dedo mutilado, los restos pudieron cruzar las murallas.

Santa Agata o Agueda de Sicilia:

Nacida cerca del año 230, decidió conservarse pura y virgen por amor a Dios. Dicen que estaba buenísima y Quintianus, el procónsul de la isla la pretendía. Después de mucho pretender, en venganza por no conseguir sus placeres la envía a un prostíbulo regenteado por una mujer llamada Afrodisia, para que los clientes la violen. Pero allí, orando, Águeda conserva su virginidad. Más indignado aún, Quintianus le ofrece riquezas que Agata rechaza.
Desalentado, la manda azotar. Cuando le sacan la ropa para la tortura, Quintianus le vio unos muy buenos pechos. Así que, como Agata no se rindió ante él, mandó quemárselos y luego “cortarlos de raíz”, tras lo cual la arrojó a un calabozo e impidió que la vendaran. Esa noche, se le apareció San Pedro, que la curó y restituyó sus pechos. Agata notó que sus nuevos pechos eran más hermosos y estaban mejor desarrollados que los de antes. Cuatro días después, la sacan de la prisión para torturarla de nuevo. Primero la revolcaron desnuda sobre pedazos de vidrio. Finalmente, la pusieron en una caja de hierro repleta de púas y con un fuego que la calentaba por debajo. Pero entonces se produjo un terremoto en el que murieron dos amigos de Quintianus. E interrumpieron la tortura para llevarla a su calabozo, donde murió. Y esta vez, San Pedro ni apareció.
Según cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa en el 252 y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad.  Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. En general se la considera protectora de las mujeres.
Se la representa colgada cabeza abajo con un verdugo desgarrándole los pechos. O con una bandejita con sus pechos cercenados.

San Bartolomé:

Uno de los 12 apóstoles de Jesús, parece que andaba predicando por el Este europeo y logró llegar hasta la India. Parece que en Armenia logró muchas conversiones y estaba dejando el lugar sin paganos. Entonces el rey Astiages, cuyo hermano Polimio había sido convertido al cristianismo por Bartolo, le ordenó adorar dioses paganos. Bartolomé se negó. “-Escuchame-”, dicen que le dijo, “-Anduve con Jesús por todos lados, vi su muerte, lo vi resucitado y coleando. ¿te parece que pueda creer en estas estatuas que compraste enfrente de la Gruta de Lourdes?-“ El rey ordenó detenerlo y apalearlo. Luego fue despellejado totalmente con cuidado de que no muriera y luego, según tres versiones, fue crucificado boca abajo, o decapitado o aserrado, es decir, colocado desnudo boca abajo, mientras el verdugo desliza por sus partes una sierra de unos dos metros de largo que lo parte literalmente en dos. Es el patrón de los curtidores

Santa Apolonia:

Los padres de Apolonia no podían tener hijos, por lo que consideraron que el embarazo era una bendición. Cuando Apolonia conoció esto, decidió mantenerse virgen al servicio de Dios. Cerca del año 249, un astrólogo de Alejandría recorría la ciudad afirmando que ésta –la ciudad- sería destruida por la blasfemia de los cristianos ante los dioses. Se produjo un desbande popular en busca de asesinar cristianos. En eso, capturaron a Apolonia. La golpearon con mazas y le lanzaron piedras contra la cabeza y el rostro, destrozándole la mejilla y de su garganta brotaban borbotones de sangre. Uno de los que allí estaban la agarró por detrás y la obligó a sentarse sobre una piedra, le echó la cabeza hacia atrás y otro le abrió la boca ensangrentada y le metieron un tarugo de hierro con el que le fueron sacando los dientes, uno atrás del otro, sacándole también pedazos de mandíbula. Prendieron una hoguera y la amenazaron con arrojarla allí si no renunciaba a su fe. Pidió tiempo para pensar y, en un descuido de sus captores, se arrojó a la hoguera. Es la patrona de los odontólogos

Santa Ebba, la menor:

Había en Coldingham, en el año 869, una abadesa llamada Ebba. Cuando los vikingos devastaban la costa de Bretaña, supieron de algunos monasterios en los que las monjas, al verlos venir salieron a recibirlos amistosamente siendo violadas salvajemente por los invasores. De modo que Ebba reunió a todas las monjas de su abadía y les preguntó si estaban dispuestas a todo con tal de mantener su castidad. Sus compañeras se juramentaron permanecer vírgenes hasta la muerte. Entonces Ebba se cortó la nariz y el labio superior, y todas las monjas siguieron su ejemplo.
Cuando los vikingos irrumpieron en el monasterio y vieron a sus moradoras mutiladas de esa manera, se asustaron y salieron corriendo. Al día siguiente regresaron, y prendieron fuego al monasterio, muriendo allí todas las mujeres.

San Dionisio de París 
(Dionysius, en latín; Saint Denis, en francés), también llamado el 'apóstol de las Galias' y el Santo Sin Cabeza, fue el primer obispo de Lutecia, enviado por el Papa hacia 250 con seis compañeros. Dionisio fundó en Francia muchas iglesias. Los sacerdotes paganos, temerosos de la expansión del cristianismo, lo denunciaron. Lo detuvieron y lo sometieron a una cruel tortura junto a sus dos compañeros Rústico y Eleuterio: fue azotado con varas. Luego lo tendieron sobre una parrilla incandescente. Como permanecía ileso, lo arrojaron a las fieras, que en vez de atacarlo, se sentaron pacíficamente a sus pies. Entonces se decide su decapitación. Según creen algunos, esto sucede en Montmartre (mons Martyrum), o en el sur de la Isla de la Cité, según otros, donde se eleva, en la actualidad, la ciudad de Saint-Denis lugar en el que fue condenado a muerte junto a sus compañeros. Allí lo llevan con un verdugo armado de un hacha, que le corta la cabeza. Al caer al piso la cabeza de Dionisio, su cuerpo se levantó, tomó la cabeza entre sus manos y caminó con ella seis kilómetros, unas dos horas, atravesando Montmartre, por el camino que, más tarde, sería conocido como calle de los Mártires. Hasta que se encontró con una mujer llamada Casulla, descendiente de la nobleza romana que le ofreció una sepultura digna. Allí le entregó su cabeza y se desplomó.  En ese punto exacto se edificó la célebre basílica de Saint-Denis en su honor.


Se me ocurre, que todas estas muertes son atroces, aunque no parecen ser sufridas en la magnitud del suplicio. Tal vez porque en el medio hay un amor. El amor a Cristo. Y tal vez esto de no sufrir tanto la muerte haga que el verdadero martirio sea aquel en el que no hay amor alguno. “Dolor que muerde las carnes, herida que hace gritar”, los tangueros de aquella época inspiraron a Discépolo que dedicó este tema a aquellos que, por muy grande que tengan la cama, siempre es de una plaza. 

Felicitas Guerrero: violencia de género en la alta sociedad del siglo XIX.

Vamos a contar una historia que ya se ha contado mucho, pero no con ciertas revelaciones exclusivas, ni dándole ese cariz romántico que verdaderamente no tuvo. Se trata de la historia de Felicitas Guerrero, la mujer más hermosa de la República
Más allá de la impronta romántica que se le intenta imponer, es un caso de femicidio y de violencia de género sostenida en el tiempo, en los tiempos en que estas cosas no se tomaban como válidas.
Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto había nacido un día de calor en Buenos Aires, el 26 de febrero de 1846. Estaba buenísima. Hay una foto en la que se la puede ver parecida a la actriz Julieta Díaz.
Hija de un inmigrante vasco, Carlos José Guerrero y de una dama de la sociedad porteña, Felicia Cueto y Montes de Oca.
Su padre, Carlos Guerrero fue el que introdujo el primer toro Aberdeen Angus en la Argentina, un animal llamado “Virtuoso”, cuya imagen puede verse en la etiqueta de un conocido whisky.
Podemos decir que la primera fatalidad que le sucedió a Felicitas fue que la viera el millonario Martín Gregorio de Álzaga, que ya a sus 48 años, se enamoró de ella y pidió su mano a su padre y amigo.
Álzaga era dueño de la estancia Bella Vista, otorgada por Rosas a su padre, Félix de Álzaga, por su desempeño como Jefe de Regimiento.
Carlos Guerrero habló con Felicitas, que con 16 años, pensó que, pese a la costumbre, era un hombre muy grande para ella. Sin embargo, su padre insistió. Felicitas lloró muchos días, hasta que terminó aceptando. Su padre no veía consolidado el futuro de la familia y por eso había arreglado el matrimonio. El casamiento se llevó a cabo en 1862 en la Iglesia de San Ignacio, ahí, al lado del Nacional Buenos Aires.
Dicen que el casamiento fue todo un suceso para la sociedad porteña de entonces, y que entre los invitados estaba un tal Enrique Ocampo, tío abuelo de Victoria, que estaba enamorado de Felicitas.
Pero en ese momento, todos los hombres estaban enamorados de Felicitas.
Al año siguiente, Felicitas quedó embarazada, y nació su hijo Félix Francisco Solano de Álzaga. Y allí sucede una segunda fatalidad, y es que aparece una antigua novia de su marido, una francesita llamada María Caminos, a quien no sólo nunca había dejado, sino la tenía viviendo en un campo de éste desde hacía unos veinte años, y tenía 4 hijos naturales de Álzaga. Al parecer, la había traído de Brasil, donde había nacido su primer hijo.
Tanto su marido como su padre le habían ocultado esta circunstancia a Felicitas.
El tema era discernir quién se quedaba con el dinero de Álzaga en caso de su muerte, ya que ya era un hombre mayor.
Felicitas montó en cólera, pero Álzaga re-escribió su testamento y nombró heredero universal a su hijo con Felicitas, a ella y a Carlos Guerrero, como encargados de administrar sus bienes.
Pero viene la tercera fatalidad: Félix, el heredero, muere a los 3 años y dos meses de edad, algunos dicen que de fiebre amarilla, y otros, en un accidente, en 1869.
Pronto volvió a quedar embarazada, y su marido preparó un nuevo testamento en el que nombraba heredero al niño por nacer, y aclaraba que si perdía a su nuevo hijo, Felicitas recibiría la herencia. Dos días después, el miércoles 2 de febrero de 1870,  Felicitas paría a su nuevo hijo, Martín, que moría esa misma tarde.
Devastado, el 17 de marzo, quince días después, moría Martín de Álzaga, a sus 56 años. Felicitas, viuda a los 23 años, era multimillonaria.
Sin embargo, la otra familia de Álzaga recibió a su muerte, un millón de pesos previstos en el testamento del millonario.
Felicitas comenzó a hacerse ver en las reuniones de sociedad, y a ser cortejada por todo tipo de caballeros. Allí reaparece este señor Enrique Ocampo Regueira, que, como dijimos, era tío abuelo de Victoria y Silvina Ocampo, que recién nacerían varios años después y no tienen nada que ver en esta historia.
Pero Ocampo era un poco cargoso, y Felicitas trataba de apartarlo. Sin embargo, se decía que ambos habían dado “el paso más íntimo que se podía dar”. El tipo le tiraba frases como “Si no me permitís ser el sol de tu amor, seré tu sombra”. Enfermito.
Sin embargo, hay quienes dicen que no tenían una relación formal, y que todo se redujo a una declaración de amor de Ocampo, seguida de un tremendo acoso del mismo.
Allí viene una fatalidad mas, disfrazada de dicha: Un día muy cálido de noviembre de 1871, Felicitas estaba en una de sus estancias en el partido de Madariaga y decidió ir a ver las obras de un puente que iba a cruzar el Salado en otra de sus estancias, al sur de Chascomús. Parten todos en sus carros a campo traviesa, y en el medio del recorrido se oscurece el cielo, comienza una tormenta terrible, inundaciones, árboles que se caen, y el cochero que pierde el rumbo. Es de noche y en medio de esa tormenta, un jinete viene al auxilio. Felicitas abre la puerta de su coche y pregunta: “-¿en dónde estamos?-”, y el jinete le responde: “-En mi estancia, que es la suya, señora-“. Se trataba de Samuel Pedro Sáenz Valiente, de 25 años, quien la invitó a guarecerse en el casco de su estancia. Al bajar Felicitas de su carruaje, Saénz Valiente tiró su poncho al suelo para que no tenga que pisar el barro. Y ella se enamoró. Y desde ese día ya no le interesó Ocampo.
Al poco tiempo, Saénz Valiente le ofrece matrimonio, y ella acepta.
El 29 de enero de 1872 hacía calor. Felicitas organizó una reunión en su quinta de Barracas, en la que anunciaría su compromiso con Sáenz Valiente.
Gobernaba Sarmiento y dicen que iba a estar el entonces gobernador de la Provincia, Emilio Castro, porque ya tenían listo el famoso puente sobre el Salado.
Ocampo, despreciado, decidió presentarse. Primero se tomó unos copetines en la Confitería del Gas, en Rivadavia y Esmeralda. Denominada así por ser la primera en tener iluminación a gas.
Ocampo entró a la quinta y pidió hablar con Felicitas, que en un principio no estaba y al llegar, trató de negarse, pero ante la insistencia de éste, y la amenaza de generar un escándalo frente a los invitados que estaban llegando, decidió atenderlo en un escritorio. Ahí fue Felicitas al encuentro de Ocampo. Detrás de ella iban Antonio Guerrero, su hermano, de 16 años, y un primo, Cristián Demaría (22), que estaba enamorado de ella. Felicitas cerró la puerta, y ellos quedaron escuchando detrás de la misma.
Se produce una discusión: “¿Te casás con Samuel o conmigo?”, gritaba Ocampo. Felicitas ya sabía lo que era que se le impusiera un hombre, y no lo soportó más. Lo echa. Ocampo, que llevaba un bastón, aprieta un mecanismo en éste que lo transforma en un estoque. Es decir, le sale un filo de adentro. Al mismo tiempo, sacó un revolver calibre 48 y le preguntó: “-¿Con cuál de estas armas preferís morir?-“   Al escuchar esto, el hermano y el primo de Felicitas decidieron entrar violentamente al escritorio. Felicitas intentó escapar por la puerta, pero Ocampo le disparó en el omóplato derecho. Felicitas trastablilló con la cola de su vestido y cayó pegando su rostro en el piso. Ocampo volvió a dispararle, esta vez al pecho. Felicitas quedó en forma transversal a la puerta. Su hermano logra abrirla desde afuera, pero se encuentra con que Felicitas había quedado en una posición que impedía que se pudiera abrir. Cuando Antonio logra meter la cabeza, Ocampo le dispara y de milagro la bala le roza el cuero cabelludo, y le queda una cicatriz de por vida, que lo hacía ver como si tuviera una raya al medio pronunciada.
El primo de Felicitas, el enamorado,  logra entrar. Se tira encima de Ocampo, que está como loco,  forcejea con él y con su misma arma le dispara en la boca. Otro disparo le dio en el estómago.
Cristián Demaría, el primo de Felicitas, era el asesino de Ocampo.
Sin embargo, para evitar el escarnio de una investigación judicial, ambas familias acordaron decir que fue un “suicidio”.  El informe pericial sobre la autopsia de Ocampo, en el que se revelaban sus heridas, “se extravió”.
Felicitas sobrevivió. Quedó paralítica, con el rostro destrozado. Fue llevada a su habitación mientras le pedía a su novio, Sáenz Valiente que no la abandonara.
El padre del primo de Felicitas envolvió el revolver en un género y le dijo a Antonio, el hermano de la víctima: “-Escondé esto para siempre, y ni a mi me digas dónde lo pusiste-“
Felicitas murió a las 5:45 del martes 30 de enero, luego de una dolorosa agonía.
Saénz Valiente, a quién le pidió que no la abandonara, hizo un duelo, digamos que corto. Se casó al año siguiente con una hija de Urquiza y tuvo con ella siete hijos.
Al parecer, acosado por las deudas, se suicidó en la década del ’30, siendo ya un señor muy mayor.
Los padres de Felicitas, destrozados, construyeron el “Castillo de Guerrero”, que está en el kilómetro 162 de la ruta 2 junto al Salado, y una iglesia en donde estaba la quinta, en la calle Pinzón 1480. La iglesia no tiene pasillo central, y nadie se ha casado allí nunca. Hay estatuas de Felicitas con su hijo y de Martín de Alzaga. Cuando en 2003 se iniciaron las tareas de reparación, sonaron las campanas sin motivo alguno, y notaron que a las estatuas de ángeles, les faltaba el ala derecha, sector donde Felicitas recibió el primer balazo. Muchas chicas que quieren casarse, suelen atar pañuelos a las rejas de la iglesia, y al otro día los encuentran húmedos de las lágrimas de Felicitas. Los vecinos de Barracas dicen que cada 30 de enero a la noche en el aniversario de su muerte, suenan inexplicablemente las campanas de la Iglesia, y el fantasma de Felicitas, vestido de blanco, triste y ensangrentado, vaga por los alrededores de lo que era su quinta.
Pero yo en realidad, no creo en el fantasma de Felicitas, sino en el del único hombre que la amó de verdad, que fue su primo. ¿Saben qué fue de ese primo, Cristián Demaría? Fue Juez Penal y se desempeñó como tal en Dolores.
En 1875, tres años después del suceso, escribió una tesis doctoral sobre la condición civil de la mujer. Entre sus expedientes se encuentra un fallo donde Demaría lograba dictar sentencia a un hombre que le había pegado dos tiros a su mujer porque ésta le había dicho que no. Una situación similar a la vivida por Felicitas, pero que no tuvo el mismo final, ya que la mujer logró sobrevivir.
Si eso no es honrar la memoria de la mujer amada…
Yo creo en la pena enorme de este hombre, en su gran amor. Y el tipo está ahí, en Barracas, cada día, cada noche, y no hace más que esperar, y esperar que ella vuelva, y le diga: “Aquí estoy, mi amor de vuelta ¿lo puedes creer?, no existe el olvido ¡he vencido!, allí, donde la tragedia apenas terminó se escuchan campanas en la noche por toda la eternidad.




miércoles, 7 de octubre de 2015

La leyenda de Tata Dios

Nos vamos a Tandil, pero en 1871. Por ahí anda Gerónimo de Solané, un gaucho entrerriano, aunque hay quienes dicen que es santiagueño y hasta chileno. Había pasado por Santa Fe, Rosario y otros pueblos ganándose la vida como curandero, además de predicar asegurando que era una especie de “enviado de Dios”. Por ese motivo lo habían echado de varios pueblos y había estado preso en Azul por “practicar la brujería y la medicina ilegal”. Para caer preso por este delito en aquellos tiempos hay que haber ejercido ilegalmente la medicina bastante. Una vez liberado, se apareció por Tandil.

Pero tuvo que ser un respetado estanciero de Tandil, Don Ramón Rufo Gómez quien lo llevó a sus tierras para que “sanara” a su esposa, Rufina Pérez, que sufría permanentes dolores de cabeza. Y Ramón, cada vez que quería ponerla, se encontraba con esa sentencia: “Hoy no, me duele la cabeza”.

En agradecimiento por la ayuda del gaucho brujo, le permitió que se asentara en un puesto de su estancia “La Argentina”, cerca de Tandil.

Allí, “Tata Dios”, como le decían sus seguidores, o “Médico Dios”, instala una toldería que oficiaba de improvisado consultorio de campaña. Atendía a sus creyentes y comenzó a inculcarles el odio a los inmigrantes que se afincaban en las poblaciones del interior, muchas veces arrastrados por la fiebre amarilla de Buenos Aires, y les decía que el fin del mundo se acercaba, y que un diluvio acabaría hundiendo a Tandil, y un nuevo pueblo surgiría a los pies de la Piedra Movediza. La prédica, que alimentaba la xenofobia, calaba hondo en el medio millar de paisanos que se juntaba a escucharlo los fines de semana en una zona conocida como “Los campos de Peñalba”.

Los cronistas describen a “Tata Dios” como un hombre alto, de cerca de 1.90 metros, de unos 45 a 50 años y de “larga barba blanca”.

Por noviembre de ese año, el Juez de Paz de Tandil, que oficiaba como intendente se llamaba Juan Adolfo Figueroa y era cuñado de Ramón Rufo Gómez, el que trajera a Tata Dios. El hombre empezó a escuchar la queja de vecinos, preocupados por las reuniones que se realizaban en la estancia La Argentina, donde corría el vino y, según sospechaban, algo malo se tramaba. Y acá se comienza a tener noticias del principal colaborador de Tata Dios, un tal Jacinto Pérez, alias “El Adivino”, a quien lo consideraban la reencarnación de San Francisco.

La noche del 31 de diciembre de 1871, este Jacinto Pérez juntó a una treintena de seguidores y partió hacia el pueblo al grito de “¡Viva la religión, mueran los gringos y masones!”. Dicen que tenían insignias rojo punzó. Solané permaneció en su rancho de La Argentina.

Los gauchos a caballo entraron en una silenciosa Tandil que acababa de recibir el año nuevo. Por entonces tenía unos 5000 habitantes. Fueron directo al Juzgado de Paz, donde robaron los sables y las lanzas que se guardaban en el lugar. A las 4 de la mañana los guardias todavía dormían después de la parranda de Fin de Año. El único preso, un indio llamado Nicolás Oliveira, fue liberado por los seguidores de “Tata Dios” y se sumó a sus filas.

El primer ataque ocurrió en la plaza principal de Tandil, ahí en Gral. Rodriguez y Pinto, que por entonces era poco más que un yuyal. Un músico italiano de 45 años llamado Santiago Imberti arrastraba un organito cuando fue literalmente degollado por los gauchos que gritaban “viva la religión, maten a los gringos”. Si bien Imberti no murió en ese instante, fue a partir de allí que se desató la mayor matanza ritual que haya ocurrido jamás en la Argentina. Como los muchachos de Charles Mason.

Un kilómetro y medio hacia el norte, cerca de la actual ruta 226, se toparon con dos carretas tiradas por bueyes en las que viajaban vascos. Mataron a nueve de ellos a puñaladas y lanzazos, y otros tres quedaron heridos de muerte. Después llegaron a la tienda del vasco Vicente Leanes: lo mataron a él y a un sirviente hijo de italianos. Siguieron luego hasta la estancia británica de Henry Thompson y encararon a su almacén. El empleado escocés William Stirling escuchó el galope y al abrir la puerta, recibió un disparo. Por las dudas, lo apuñalaron después, pero sobrevivió seis días. La joven y recién casada pareja a cargo del almacén escapó, pero fueron alcanzados: William Gibson Smith de 25 años, y su esposa Helen Watt Brown, de 23, murieron apuñalados y degollados. La horda asesina cabalgó hasta el negocio del vasco francés Juan Chapar, donde mataron a toda la familia, entre ellas, una nena de cinco años y un bebé de meses, además de la servidumbre y los pasajeros que se hospedaban allí, que eran extranjeros. En el almacén de Chapar se contaron 17 víctimas fatales.

En menos de cuatro horas sumaron 36 asesinatos contra inmigrantes (16 franceses, 10 españoles, 3 británicos, además de 5 argentinos a los que no le dieron tiempo de explicar). Degollaron a casi todos y en un caso, amarraron a una jovencita de 16 años, María Ebarlin, a la rueda de un carro y la violaron antes de degollarla.

La Guardia Nacional, una comisión militar, policial y de vecinos encabezada por José Ciriaco Gómez dio alcance a los asesinos. El enfrentamiento terminó con una docena de gauchos muertos, entre ellos, el “Adivino” Pérez, y otros tantos fueron detenidos. Algunos lograron escapar. Para entonces, otra partida había llegado a la estancia La Argentina y había capturado a “Tata Dios”, que siempre juró ser inocente de los trágicos sucesos.

Cuatro días después de la masacre, Gerónimo de Solané fue asesinado a balazos cuando se encontraba en los calabozos del Juzgado de Paz. Se dijo que le dispararon a través de la única mirilla que tenía la celda, y que el autor fue un vasco francés elegido a través de una especie de sorteo entre familiares y allegados de las víctimas. El caso nunca se esclareció.

El juicio a los responsables se realizó en el mes de septiembre de 1872. Tres de ellos, Cruz Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lasarte, fueron condenados a muerte. Este último pidió como último deseo:  “Quiero ser enterrado por hijos del país; no quiero que ningún italiano me toque ni el chiripá”.

Dos fueron fusilados y el tercero, Villalba, murió en el calabozo antes de ser llevado a la plaza de la ejecución. A los capturados se los denominaba “Los apóstoles de Tata Dios”.


La masacre de Tata Dios conmocionó al país, y muchos de los datos que tenemos, provienen del enviado a Tandil del diario La Nación, tal la repercusión que hubo. Luego de los hechos circulaba la versión de que habría ataques similares en ciudades como Azul, Tapalqué, Bolívar y Rauch, entre otras, donde también tenía seguidores el gaucho Solané.