Nos vamos a Tandil,
pero en 1871. Por ahí anda Gerónimo de Solané, un gaucho entrerriano, aunque hay
quienes dicen que es santiagueño y hasta chileno. Había pasado por Santa Fe,
Rosario y otros pueblos ganándose la vida como curandero, además de predicar
asegurando que era una especie de “enviado de Dios”. Por ese motivo lo habían
echado de varios pueblos y había estado preso en Azul por “practicar la
brujería y la medicina ilegal”. Para caer preso por este delito en aquellos
tiempos hay que haber ejercido ilegalmente la medicina bastante. Una vez
liberado, se apareció por Tandil.
Pero tuvo que ser un
respetado estanciero de Tandil, Don Ramón Rufo Gómez quien lo llevó a sus
tierras para que “sanara” a su esposa, Rufina Pérez, que sufría permanentes
dolores de cabeza. Y Ramón, cada vez que quería ponerla, se encontraba con esa
sentencia: “Hoy no, me duele la cabeza”.
En agradecimiento por
la ayuda del gaucho brujo, le permitió que se asentara en un puesto de su
estancia “La Argentina ”,
cerca de Tandil.
Allí, “Tata Dios”,
como le decían sus seguidores, o “Médico Dios”, instala una toldería que
oficiaba de improvisado consultorio de campaña. Atendía a sus creyentes y
comenzó a inculcarles el odio a los inmigrantes que se afincaban en las poblaciones
del interior, muchas veces arrastrados por la fiebre amarilla de Buenos Aires,
y les decía que el fin del mundo se acercaba, y que un diluvio acabaría
hundiendo a Tandil, y un nuevo pueblo surgiría a los pies de la Piedra Movediza. La prédica,
que alimentaba la xenofobia, calaba hondo en el medio millar de paisanos que se
juntaba a escucharlo los fines de semana en una zona conocida como “Los campos
de Peñalba”.
Los cronistas
describen a “Tata Dios” como un hombre alto, de cerca de 1.90 metros , de unos 45 a 50 años y de “larga barba
blanca”.
Por noviembre de ese
año, el Juez de Paz de Tandil, que oficiaba como intendente se llamaba Juan
Adolfo Figueroa y era cuñado de Ramón Rufo Gómez, el que trajera a Tata Dios.
El hombre empezó a escuchar la queja de vecinos, preocupados por las reuniones
que se realizaban en la estancia La Argentina , donde corría el vino y, según
sospechaban, algo malo se tramaba. Y acá se comienza a tener noticias del
principal colaborador de Tata Dios, un tal Jacinto Pérez, alias “El Adivino”, a
quien lo consideraban la reencarnación de San Francisco.
La noche del 31 de
diciembre de 1871, este Jacinto Pérez juntó a una treintena de seguidores y
partió hacia el pueblo al grito de “¡Viva la religión, mueran los gringos y
masones!”. Dicen que tenían insignias rojo punzó. Solané permaneció en su
rancho de La Argentina.
Los gauchos a caballo
entraron en una silenciosa Tandil que acababa de recibir el año nuevo. Por
entonces tenía unos 5000 habitantes. Fueron directo al Juzgado de Paz, donde
robaron los sables y las lanzas que se guardaban en el lugar. A las 4 de la
mañana los guardias todavía dormían después de la parranda de Fin de Año. El
único preso, un indio llamado Nicolás Oliveira, fue liberado por los seguidores
de “Tata Dios” y se sumó a sus filas.
El primer ataque
ocurrió en la plaza principal de Tandil, ahí en Gral. Rodriguez y Pinto, que
por entonces era poco más que un yuyal. Un músico italiano de 45 años llamado
Santiago Imberti arrastraba un organito cuando fue literalmente degollado por
los gauchos que gritaban “viva la religión, maten a los gringos”. Si bien
Imberti no murió en ese instante, fue a partir de allí que se desató la mayor
matanza ritual que haya ocurrido jamás en la Argentina. Como
los muchachos de Charles Mason.
Un kilómetro y medio
hacia el norte, cerca de la actual ruta 226, se toparon con dos carretas
tiradas por bueyes en las que viajaban vascos. Mataron a nueve de ellos a
puñaladas y lanzazos, y otros tres quedaron heridos de muerte. Después llegaron
a la tienda del vasco Vicente Leanes: lo mataron a él y a un sirviente hijo de
italianos. Siguieron luego hasta la estancia británica de Henry Thompson y
encararon a su almacén. El empleado escocés William Stirling escuchó el galope
y al abrir la puerta, recibió un disparo. Por las dudas, lo apuñalaron después,
pero sobrevivió seis días. La joven y recién casada pareja a cargo del almacén
escapó, pero fueron alcanzados: William Gibson Smith de 25 años, y su esposa
Helen Watt Brown, de 23, murieron apuñalados y degollados. La horda asesina
cabalgó hasta el negocio del vasco francés Juan Chapar, donde mataron a toda la
familia, entre ellas, una nena de cinco años y un bebé de meses, además de la
servidumbre y los pasajeros que se hospedaban allí, que eran extranjeros. En el
almacén de Chapar se contaron 17 víctimas fatales.
En menos de cuatro
horas sumaron 36 asesinatos contra inmigrantes (16 franceses, 10 españoles, 3
británicos, además de 5 argentinos a los que no le dieron tiempo de explicar).
Degollaron a casi todos y en un caso, amarraron a una jovencita de 16 años,
María Ebarlin, a la rueda de un carro y la violaron antes de degollarla.
Cuatro días después
de la masacre, Gerónimo de Solané fue asesinado a balazos cuando se encontraba
en los calabozos del Juzgado de Paz. Se dijo que le dispararon a través de la
única mirilla que tenía la celda, y que el autor fue un vasco francés elegido a
través de una especie de sorteo entre familiares y allegados de las víctimas.
El caso nunca se esclareció.
El juicio a los
responsables se realizó en el mes de septiembre de 1872. Tres de ellos, Cruz
Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lasarte, fueron condenados a muerte. Este
último pidió como último deseo: “Quiero
ser enterrado por hijos del país; no quiero que ningún italiano me toque ni el
chiripá”.
Dos fueron fusilados
y el tercero, Villalba, murió en el calabozo antes de ser llevado a la plaza de
la ejecución. A los capturados se los denominaba “Los apóstoles de Tata Dios”.
La masacre de Tata
Dios conmocionó al país, y muchos de los datos que tenemos, provienen del
enviado a Tandil del diario La
Nación , tal la repercusión que hubo. Luego de los hechos
circulaba la versión de que habría ataques similares en ciudades como Azul,
Tapalqué, Bolívar y Rauch, entre otras, donde también tenía seguidores el
gaucho Solané.