A lo largo de la historia, un sinnúmero de héroes, caudillos, representantes de una comunidad han sido martirizados, ejecutados de una forma más o menos ordenada y con el fin de darle al individuo y a sus seguidores un azote aleccionador. El anecdotario, sin embargo, muestra a estas personas estoicas frente al sufrimiento y revirtiendo al fin el objetivo inicial, y sobreviviendo al martirio de alguna forma. Veamos un pequeño catálogo de estos tormentos.
San Lorenzo:
Lorenzo
o Laurentius era el archidiácono del Papa Sixto II, pero el Papa fue ejecutado
durante la persecución de Valeriano. Entonces Lorenzo se apuró en distribuir
entre los pobres los bienes que la
Iglesia le había confiado. Ni bien eso ocurrió, fue citado
por el Prefecto, que le exigió la entrega de la fortuna de la Iglesia. Lorenzo
le mostró ciegos, mudos, pobres, paralíticos, etc. y le dijo “Estos son
nuestros tesoros, nuestras perlas, ya que en ellos vive el propio Cristo”. “¿Así
que te hacés el gracioso?”, dijo el prefecto, y ordenó el suplicio. Lorenzo fue
azotado con ganchos, golpeado con bolas de plomo, quemado con ardientes placas
de hierro en los costados. Pero permanecía como si nada. Sus torturadores, en cambio, se
convertían al cristianismo. Encolerizado, el prefecto ordenó tenderlo en una
parrilla y colocarlo a las brasas, mientras se tomaba un Malbec y pedía helado.
Transcurrido un tiempo, Lorenzo exclamó: “ Ya puedes mandar que den vuelta mi
cuerpo, pues de este lado ya está bien asado”. Hecho esto, al pasar un rato,
dijo: “Ahora mi carne está completamente asada, ya puedes comer de ella”, y
murió.
Cada 10
de agosto, su cabeza quemada y momificada es expuesta en el Vaticano.
Santa Eulalia de Barcelona o de
Mérida.
Eulalia era una niña educada en el cristianismo, que vivió
en las afueras de la ciudad de Barcino, nombre romano de
Barcelona, en lo que hoy es el
barrio de Sarriá, a finales del siglo III. A sus 13 años, comienza el
período de persecuciones a los cristianos del emperador Diocleciano,
Entonces Eulalia se indigna y quiere ir a ver al gobernador para recriminarle
su accionar. Sus padres la ocultan en una casa de campo, pero de allí se escapa
y va a buscar al gobernador de Barcino, Daciano, para quejarse por las
represiones. El gobernador le ofrece riquezas y que adore a los dioses paganos,
pero la niña patea y escupe las imágenes. Ante la negativa de la niña a
renunciar a la fe cristiana, la condenó a trece martirios, tantos como años
tenía. Menos mal que no fue a quejarse al año siguiente. ¿Vió como son algunos,
que dejan todo para último momento?
“Suerte que me indigné a tiempo”, dijo Eulalia.
Por empezar, como primer tormento fue encarcelada en una
prisión oscura, para posteriormente ser azotada. En el potro le fue desgarrada la carne con
garfios. Luego fue puesta de pie sobre un brasero ardiendo y le fueron quemados
los pechos. Las heridas le fueron fregadas con piedra tosca, para luego
arrojarles aceite hirviendo y plomo fundido, además de lanzarla a una fosa de
cal viva.
El noveno tormento, uno de los más conocidos popularmente,
consistió en ponerla desnuda dentro de un tonel lleno de cristales, clavos y
otros objetos punzantes, y lanzada por una calle en bajada, como si fuera por
Colón hacia el mar.
Posteriormente, fue encerrada en un corral lleno de pulgas.
¿Cómo es un corral lleno de pulgas? ¿Cómo se hace para que las pulgas no se
vayan del corral, o para cazarlas y llevarlas al mismo? Finalmente, fue paseada
desnuda por las calles de la ciudad hasta el lugar del suplicio donde fue crucificada en una cruz en forma de aspa. Según la leyenda,
durante su crucifixión se produjo una nevada, tapando la pureza de su cuerpo
desnudo, o lo que quedaba de éste. También según la tradición popular, al final
de su oración para que la recibiera el Señor en el cielo, la gente vio salir de
su boca una paloma blanca.
A lo largo de los siglos, otras leyendas y mitos han surgido
sobre la santa. En 878, sus restos, que estaban enterrados en Santa María de
las Arenas, fueron trasladados a lo que hoy es la Catedral. Según la
leyenda, cuando la comitiva que llevaba el féretro llegó a la puerta de la
ciudad, el sarcófago se volvió tan pesado que resultaba imposible moverlo. En
ese instante, apareció un ángel que señaló con el dedo a uno de los canónigos
de la procesión. Este, arrepentido, confesó que se había quedado un dedo del
pie de la santa como reliquia. Una vez restituido el dedo mutilado, los restos
pudieron cruzar las murallas.
Santa Agata o Agueda de Sicilia:
Nacida
cerca del año 230, decidió conservarse pura y virgen por amor a Dios. Dicen que
estaba buenísima y Quintianus, el procónsul de la isla la pretendía. Después de
mucho pretender, en venganza por no conseguir sus placeres la envía a un prostíbulo regenteado por una mujer
llamada Afrodisia, para que los clientes la violen. Pero allí, orando, Águeda
conserva su virginidad. Más indignado aún, Quintianus le ofrece riquezas que
Agata rechaza.
Desalentado,
la manda azotar. Cuando le sacan la ropa para la tortura, Quintianus le vio
unos muy buenos pechos. Así que, como Agata no se rindió ante él, mandó quemárselos
y luego “cortarlos de raíz”, tras lo cual la arrojó a un calabozo e impidió que
la vendaran. Esa noche, se le apareció San Pedro, que la curó y restituyó sus pechos. Agata notó que
sus nuevos pechos eran más hermosos y estaban mejor desarrollados que los de antes.
Cuatro días después, la sacan de la prisión para torturarla de nuevo. Primero
la revolcaron desnuda sobre pedazos de vidrio. Finalmente, la pusieron en una
caja de hierro repleta de púas y con un fuego que la calentaba por debajo. Pero
entonces se produjo un terremoto en el que murieron dos amigos de Quintianus. E
interrumpieron la tortura para llevarla a su calabozo, donde murió. Y esta vez,
San Pedro ni apareció.
Según
cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la
muerte de la Santa
en el 252 y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando
detener la lava a las puertas de la ciudad.
Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e
invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se
recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la
lactancia. En general se la considera protectora de las mujeres.
Se la representa colgada cabeza abajo con un verdugo
desgarrándole los pechos. O con una bandejita con sus pechos cercenados.
San Bartolomé:
Uno de los
12 apóstoles de Jesús, parece que andaba predicando por el Este europeo y logró
llegar hasta la India.
Parece que en Armenia logró muchas conversiones y estaba
dejando el lugar sin paganos. Entonces el rey Astiages, cuyo hermano Polimio
había sido convertido al cristianismo por Bartolo, le ordenó adorar dioses
paganos. Bartolomé se negó. “-Escuchame-”, dicen que le dijo, “-Anduve con
Jesús por todos lados, vi su muerte, lo vi resucitado y coleando. ¿te parece
que pueda creer en estas estatuas que compraste enfrente de la Gruta de Lourdes?-“ El rey ordenó detenerlo y apalearlo. Luego
fue despellejado totalmente con cuidado de que no muriera y luego, según tres
versiones, fue crucificado boca abajo, o decapitado o aserrado, es decir,
colocado desnudo boca abajo, mientras el verdugo desliza por sus partes una
sierra de unos dos metros de largo que lo parte literalmente en dos. Es el
patrón de los curtidores
Santa Apolonia:
Los padres
de Apolonia no podían tener hijos, por lo que consideraron que el embarazo era
una bendición. Cuando Apolonia conoció esto, decidió mantenerse virgen al
servicio de Dios. Cerca del año 249, un astrólogo de Alejandría recorría la
ciudad afirmando que ésta –la ciudad- sería destruida por la blasfemia de los
cristianos ante los dioses. Se produjo un desbande popular en busca de asesinar
cristianos. En eso, capturaron a Apolonia. La golpearon con mazas y le lanzaron
piedras contra la cabeza y el rostro, destrozándole la mejilla y de su garganta
brotaban borbotones de sangre. Uno de los que allí estaban la agarró por detrás
y la obligó a sentarse sobre una piedra, le echó la cabeza hacia atrás y otro
le abrió la boca ensangrentada y le metieron un tarugo de hierro con el que le
fueron sacando los dientes, uno atrás del otro, sacándole también pedazos de
mandíbula. Prendieron una hoguera y la amenazaron con arrojarla allí si no
renunciaba a su fe. Pidió tiempo para pensar y, en un descuido de sus captores,
se arrojó a la hoguera. Es la patrona de los odontólogos
Santa Ebba, la menor:
Había en
Coldingham, en el año 869, una abadesa llamada Ebba. Cuando los vikingos
devastaban la costa de Bretaña, supieron de algunos monasterios en los que las
monjas, al verlos venir salieron a recibirlos amistosamente siendo violadas
salvajemente por los invasores. De modo que Ebba reunió a todas las monjas de
su abadía y les preguntó si estaban dispuestas a todo con tal de mantener su
castidad. Sus compañeras se juramentaron permanecer vírgenes hasta la muerte.
Entonces Ebba se cortó la nariz y el labio superior, y todas las monjas
siguieron su ejemplo.
Cuando los
vikingos irrumpieron en el monasterio y vieron a sus moradoras mutiladas de esa
manera, se asustaron y salieron corriendo. Al día siguiente regresaron, y
prendieron fuego al monasterio, muriendo allí todas las mujeres.
San Dionisio de París
(Dionysius, en latín; Saint Denis, en francés),
también llamado el 'apóstol de las Galias' y el Santo Sin Cabeza, fue el primer
obispo de Lutecia, enviado por el Papa hacia 250 con
seis compañeros. Dionisio fundó en Francia muchas iglesias. Los sacerdotes
paganos, temerosos de la expansión del cristianismo, lo denunciaron. Lo
detuvieron y lo sometieron a una cruel tortura junto a sus dos compañeros Rústico y
Eleuterio: fue azotado con varas. Luego lo tendieron sobre una parrilla
incandescente. Como permanecía ileso, lo arrojaron a las fieras, que en vez de
atacarlo, se sentaron pacíficamente a sus pies. Entonces se decide su decapitación.
Según creen algunos, esto sucede en Montmartre (mons Martyrum), o en el sur de
la Isla de la Cité, según otros, donde se eleva,
en la actualidad, la ciudad de Saint-Denis lugar en el que fue condenado a
muerte junto a sus compañeros. Allí lo llevan con un verdugo armado de un hacha,
que le corta la cabeza. Al caer al piso la cabeza de Dionisio, su cuerpo se
levantó, tomó la cabeza entre sus manos y caminó con ella seis kilómetros, unas
dos horas, atravesando Montmartre,
por el camino que, más tarde, sería conocido como calle de los Mártires. Hasta que se
encontró con una mujer llamada Casulla, descendiente de la nobleza romana que
le ofreció una sepultura digna. Allí le entregó su cabeza y se desplomó. En ese punto exacto se edificó la célebre basílica de Saint-Denis en su honor.
Se me ocurre, que todas estas muertes son
atroces, aunque no parecen ser sufridas en la magnitud del suplicio. Tal vez
porque en el medio hay un amor. El amor a Cristo. Y tal vez esto de no sufrir
tanto la muerte haga que el verdadero martirio sea aquel en el que no hay amor
alguno. “Dolor que muerde las carnes, herida que hace gritar”, los tangueros de
aquella época inspiraron a Discépolo que dedicó este tema a aquellos que, por
muy grande que tengan la cama, siempre es de una plaza.