Vamos a
contar una historia que ya se ha contado mucho, pero no con ciertas
revelaciones exclusivas, ni dándole ese cariz romántico que verdaderamente no
tuvo. Se trata de la historia de Felicitas Guerrero, la mujer más hermosa de la
República
Más allá de
la impronta romántica que se le intenta imponer, es un caso de femicidio y de
violencia de género sostenida en el tiempo, en los tiempos en que estas cosas
no se tomaban como válidas.
Felicia
Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto había nacido un día de calor en Buenos Aires, el 26 de febrero de 1846. Estaba
buenísima. Hay una foto en la que se la puede ver parecida a la actriz Julieta
Díaz.
Hija de un
inmigrante vasco, Carlos José Guerrero y de una dama de la sociedad porteña,
Felicia Cueto y Montes de Oca.
Su padre,
Carlos Guerrero fue el que introdujo el primer toro Aberdeen Angus en la Argentina, un animal llamado
“Virtuoso”, cuya imagen puede verse en la etiqueta de un conocido whisky.
Podemos
decir que la primera fatalidad que le sucedió a Felicitas fue que la viera el
millonario Martín Gregorio de Álzaga, que ya a sus 48 años, se enamoró de ella
y pidió su mano a su padre y amigo.
Álzaga era
dueño de la estancia Bella Vista, otorgada por Rosas a su padre, Félix de
Álzaga, por su desempeño como Jefe de Regimiento.
Carlos
Guerrero habló con Felicitas, que con 16 años, pensó que, pese a la costumbre,
era un hombre muy grande para ella. Sin embargo, su padre insistió. Felicitas
lloró muchos días, hasta que terminó aceptando. Su padre no veía consolidado el
futuro de la familia y por eso había arreglado el matrimonio. El casamiento se
llevó a cabo en 1862 en la
Iglesia de San Ignacio, ahí, al lado del Nacional Buenos
Aires.
Dicen que
el casamiento fue todo un suceso para la sociedad porteña de entonces, y que
entre los invitados estaba un tal Enrique Ocampo, tío abuelo de Victoria, que
estaba enamorado de Felicitas.
Pero en ese
momento, todos los hombres estaban enamorados de Felicitas.
Al año
siguiente, Felicitas quedó embarazada, y nació su hijo Félix Francisco Solano
de Álzaga. Y allí sucede una segunda fatalidad, y es que aparece una antigua
novia de su marido, una francesita llamada María Caminos, a quien no sólo nunca
había dejado, sino la tenía viviendo en un campo de éste desde hacía unos veinte años,
y tenía 4 hijos naturales de Álzaga. Al parecer, la había traído de Brasil,
donde había nacido su primer hijo.
Tanto su
marido como su padre le habían ocultado esta circunstancia a Felicitas.
El tema era
discernir quién se quedaba con el dinero de Álzaga en caso de su muerte, ya que
ya era un hombre mayor.
Felicitas
montó en cólera, pero Álzaga re-escribió su testamento y nombró heredero
universal a su hijo con Felicitas, a ella y a Carlos Guerrero, como encargados
de administrar sus bienes.
Pero viene la
tercera fatalidad: Félix, el heredero, muere a los 3 años y dos meses de edad,
algunos dicen que de fiebre amarilla, y otros, en un accidente, en 1869.
Pronto
volvió a quedar embarazada, y su marido preparó un nuevo testamento en el que
nombraba heredero al niño por nacer, y aclaraba que si perdía a su nuevo hijo,
Felicitas recibiría la herencia. Dos días después, el miércoles 2 de febrero de
1870, Felicitas paría a su nuevo hijo, Martín,
que moría esa misma tarde.
Devastado, el
17 de marzo, quince días después, moría Martín de Álzaga, a sus 56 años.
Felicitas, viuda a los 23 años, era multimillonaria.
Sin
embargo, la otra familia de Álzaga recibió a su muerte, un millón de pesos
previstos en el testamento del millonario.
Felicitas
comenzó a hacerse ver en las reuniones de sociedad, y a ser cortejada por todo
tipo de caballeros. Allí reaparece este señor Enrique Ocampo Regueira, que,
como dijimos, era tío abuelo de Victoria y Silvina Ocampo, que recién nacerían varios
años después y no tienen nada que ver en esta historia.
Pero Ocampo
era un poco cargoso, y Felicitas trataba de apartarlo. Sin embargo, se decía
que ambos habían dado “el paso más íntimo que se podía dar”. El tipo le tiraba
frases como “Si no me permitís ser el sol de tu amor, seré tu sombra”.
Enfermito.
Sin
embargo, hay quienes dicen que no tenían una relación formal, y que todo se
redujo a una declaración de amor de Ocampo, seguida de un tremendo acoso del
mismo.
Allí viene
una fatalidad mas, disfrazada de dicha: Un día muy cálido de noviembre de 1871,
Felicitas estaba en una de sus estancias en el partido de Madariaga y decidió
ir a ver las obras de un puente que iba a cruzar el Salado en otra de sus
estancias, al sur de Chascomús. Parten todos en sus carros a campo traviesa, y
en el medio del recorrido se oscurece el cielo, comienza una tormenta terrible,
inundaciones, árboles que se caen, y el cochero que pierde el rumbo. Es de
noche y en medio de esa tormenta, un jinete viene al auxilio. Felicitas abre la
puerta de su coche y pregunta: “-¿en dónde estamos?-”, y el jinete le responde:
“-En mi estancia, que es la suya, señora-“. Se trataba de Samuel Pedro Sáenz
Valiente, de 25 años, quien la invitó a guarecerse en el casco de su estancia. Al
bajar Felicitas de su carruaje, Saénz Valiente tiró su poncho al suelo para que
no tenga que pisar el barro. Y ella se enamoró. Y desde ese día ya no le
interesó Ocampo.
Al poco
tiempo, Saénz Valiente le ofrece matrimonio, y ella acepta.
El 29 de
enero de 1872 hacía calor. Felicitas organizó una reunión en su quinta de
Barracas, en la que anunciaría su compromiso con Sáenz Valiente.
Gobernaba
Sarmiento y dicen que iba a estar el entonces gobernador de la Provincia, Emilio
Castro, porque ya tenían listo el famoso puente sobre el Salado.
Ocampo,
despreciado, decidió presentarse. Primero se tomó unos copetines en la Confitería del Gas, en
Rivadavia y Esmeralda. Denominada así por ser la primera en tener iluminación a
gas.
Ocampo
entró a la quinta y pidió hablar con Felicitas, que en un principio no estaba y
al llegar, trató de negarse, pero ante la insistencia de éste, y la amenaza de
generar un escándalo frente a los invitados que estaban llegando, decidió
atenderlo en un escritorio. Ahí fue Felicitas al encuentro de Ocampo. Detrás de
ella iban Antonio Guerrero, su hermano, de 16 años, y un primo, Cristián
Demaría (22), que estaba enamorado de ella. Felicitas cerró la puerta, y ellos
quedaron escuchando detrás de la misma.
Se produce
una discusión: “¿Te casás con Samuel o conmigo?”, gritaba Ocampo. Felicitas ya
sabía lo que era que se le impusiera un hombre, y no lo soportó más. Lo echa.
Ocampo, que llevaba un bastón, aprieta un mecanismo en éste que lo transforma
en un estoque. Es decir, le sale un filo de adentro. Al mismo tiempo, sacó un
revolver calibre 48 y le preguntó: “-¿Con cuál de estas armas preferís morir?-“
Al
escuchar esto, el hermano y el primo de Felicitas decidieron entrar
violentamente al escritorio. Felicitas intentó escapar por la puerta, pero
Ocampo le disparó en el omóplato derecho. Felicitas trastablilló con la cola de
su vestido y cayó pegando su rostro en el piso. Ocampo volvió a dispararle,
esta vez al pecho. Felicitas quedó en forma transversal a la puerta. Su hermano
logra abrirla desde afuera, pero se encuentra con que Felicitas había quedado
en una posición que impedía que se pudiera abrir. Cuando Antonio logra meter la
cabeza, Ocampo le dispara y de milagro la bala le roza el cuero cabelludo, y le
queda una cicatriz de por vida, que lo hacía ver como si tuviera una raya al
medio pronunciada.
El primo de
Felicitas, el enamorado, logra entrar. Se
tira encima de Ocampo, que está como loco, forcejea con él y con su misma arma le dispara
en la boca. Otro disparo le dio en el estómago.
Cristián
Demaría, el primo de Felicitas, era el asesino de Ocampo.
Sin
embargo, para evitar el escarnio de una investigación judicial, ambas familias
acordaron decir que fue un “suicidio”.
El informe pericial sobre la autopsia de Ocampo, en el que se revelaban
sus heridas, “se extravió”.
Felicitas sobrevivió.
Quedó paralítica, con el rostro destrozado. Fue llevada a su habitación
mientras le pedía a su novio, Sáenz Valiente que no la abandonara.
El padre
del primo de Felicitas envolvió el revolver en un género y le dijo a Antonio,
el hermano de la víctima: “-Escondé esto para siempre, y ni a mi me digas dónde
lo pusiste-“
Felicitas
murió a las 5:45 del martes 30 de enero, luego de una dolorosa agonía.
Saénz
Valiente, a quién le pidió que no la abandonara, hizo un duelo, digamos que
corto. Se casó al año siguiente con una hija de Urquiza y tuvo con ella siete
hijos.
Al parecer,
acosado por las deudas, se suicidó en la década del ’30, siendo ya un señor muy
mayor.
Los padres
de Felicitas, destrozados, construyeron el “Castillo de Guerrero”, que está en
el kilómetro 162 de la ruta 2 junto al Salado, y una iglesia en donde estaba la
quinta, en la calle Pinzón 1480. La iglesia no tiene pasillo central, y nadie
se ha casado allí nunca. Hay estatuas de Felicitas con su hijo y de Martín de
Alzaga. Cuando en 2003 se iniciaron las tareas de reparación, sonaron las
campanas sin motivo alguno, y notaron que a las estatuas de ángeles, les
faltaba el ala derecha, sector donde Felicitas recibió el primer balazo. Muchas
chicas que quieren casarse, suelen atar pañuelos a las rejas de la iglesia, y
al otro día los encuentran húmedos de las lágrimas de Felicitas. Los vecinos de
Barracas dicen que cada 30 de enero a la noche en el aniversario de su muerte, suenan
inexplicablemente las campanas de la
Iglesia , y el fantasma de Felicitas, vestido de blanco,
triste y ensangrentado, vaga por los alrededores de lo que era su quinta.
Pero yo en
realidad, no creo en el fantasma de Felicitas, sino en el del único hombre que
la amó de verdad, que fue su primo. ¿Saben qué fue de ese primo, Cristián
Demaría? Fue Juez Penal y se desempeñó como tal en Dolores.
En 1875, tres años después del suceso, escribió una tesis doctoral sobre
la condición civil de la mujer. Entre sus expedientes se encuentra un fallo
donde Demaría lograba dictar sentencia a un hombre que le había pegado dos
tiros a su mujer porque ésta le había dicho que no. Una situación similar a la
vivida por Felicitas, pero que no tuvo el mismo final, ya que la mujer logró
sobrevivir.
Si eso no es honrar la memoria de la mujer amada…
Yo creo en la pena enorme de este hombre, en su gran amor. Y el tipo
está ahí, en Barracas, cada día, cada noche, y no hace más que esperar, y
esperar que ella vuelva, y le diga: “Aquí estoy, mi amor de vuelta ¿lo puedes
creer?, no existe el olvido ¡he vencido!, allí, donde la tragedia apenas
terminó se escuchan campanas en la noche por toda la eternidad.
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