lunes, 16 de noviembre de 2015

Felicitas Guerrero: violencia de género en la alta sociedad del siglo XIX.

Vamos a contar una historia que ya se ha contado mucho, pero no con ciertas revelaciones exclusivas, ni dándole ese cariz romántico que verdaderamente no tuvo. Se trata de la historia de Felicitas Guerrero, la mujer más hermosa de la República
Más allá de la impronta romántica que se le intenta imponer, es un caso de femicidio y de violencia de género sostenida en el tiempo, en los tiempos en que estas cosas no se tomaban como válidas.
Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto había nacido un día de calor en Buenos Aires, el 26 de febrero de 1846. Estaba buenísima. Hay una foto en la que se la puede ver parecida a la actriz Julieta Díaz.
Hija de un inmigrante vasco, Carlos José Guerrero y de una dama de la sociedad porteña, Felicia Cueto y Montes de Oca.
Su padre, Carlos Guerrero fue el que introdujo el primer toro Aberdeen Angus en la Argentina, un animal llamado “Virtuoso”, cuya imagen puede verse en la etiqueta de un conocido whisky.
Podemos decir que la primera fatalidad que le sucedió a Felicitas fue que la viera el millonario Martín Gregorio de Álzaga, que ya a sus 48 años, se enamoró de ella y pidió su mano a su padre y amigo.
Álzaga era dueño de la estancia Bella Vista, otorgada por Rosas a su padre, Félix de Álzaga, por su desempeño como Jefe de Regimiento.
Carlos Guerrero habló con Felicitas, que con 16 años, pensó que, pese a la costumbre, era un hombre muy grande para ella. Sin embargo, su padre insistió. Felicitas lloró muchos días, hasta que terminó aceptando. Su padre no veía consolidado el futuro de la familia y por eso había arreglado el matrimonio. El casamiento se llevó a cabo en 1862 en la Iglesia de San Ignacio, ahí, al lado del Nacional Buenos Aires.
Dicen que el casamiento fue todo un suceso para la sociedad porteña de entonces, y que entre los invitados estaba un tal Enrique Ocampo, tío abuelo de Victoria, que estaba enamorado de Felicitas.
Pero en ese momento, todos los hombres estaban enamorados de Felicitas.
Al año siguiente, Felicitas quedó embarazada, y nació su hijo Félix Francisco Solano de Álzaga. Y allí sucede una segunda fatalidad, y es que aparece una antigua novia de su marido, una francesita llamada María Caminos, a quien no sólo nunca había dejado, sino la tenía viviendo en un campo de éste desde hacía unos veinte años, y tenía 4 hijos naturales de Álzaga. Al parecer, la había traído de Brasil, donde había nacido su primer hijo.
Tanto su marido como su padre le habían ocultado esta circunstancia a Felicitas.
El tema era discernir quién se quedaba con el dinero de Álzaga en caso de su muerte, ya que ya era un hombre mayor.
Felicitas montó en cólera, pero Álzaga re-escribió su testamento y nombró heredero universal a su hijo con Felicitas, a ella y a Carlos Guerrero, como encargados de administrar sus bienes.
Pero viene la tercera fatalidad: Félix, el heredero, muere a los 3 años y dos meses de edad, algunos dicen que de fiebre amarilla, y otros, en un accidente, en 1869.
Pronto volvió a quedar embarazada, y su marido preparó un nuevo testamento en el que nombraba heredero al niño por nacer, y aclaraba que si perdía a su nuevo hijo, Felicitas recibiría la herencia. Dos días después, el miércoles 2 de febrero de 1870,  Felicitas paría a su nuevo hijo, Martín, que moría esa misma tarde.
Devastado, el 17 de marzo, quince días después, moría Martín de Álzaga, a sus 56 años. Felicitas, viuda a los 23 años, era multimillonaria.
Sin embargo, la otra familia de Álzaga recibió a su muerte, un millón de pesos previstos en el testamento del millonario.
Felicitas comenzó a hacerse ver en las reuniones de sociedad, y a ser cortejada por todo tipo de caballeros. Allí reaparece este señor Enrique Ocampo Regueira, que, como dijimos, era tío abuelo de Victoria y Silvina Ocampo, que recién nacerían varios años después y no tienen nada que ver en esta historia.
Pero Ocampo era un poco cargoso, y Felicitas trataba de apartarlo. Sin embargo, se decía que ambos habían dado “el paso más íntimo que se podía dar”. El tipo le tiraba frases como “Si no me permitís ser el sol de tu amor, seré tu sombra”. Enfermito.
Sin embargo, hay quienes dicen que no tenían una relación formal, y que todo se redujo a una declaración de amor de Ocampo, seguida de un tremendo acoso del mismo.
Allí viene una fatalidad mas, disfrazada de dicha: Un día muy cálido de noviembre de 1871, Felicitas estaba en una de sus estancias en el partido de Madariaga y decidió ir a ver las obras de un puente que iba a cruzar el Salado en otra de sus estancias, al sur de Chascomús. Parten todos en sus carros a campo traviesa, y en el medio del recorrido se oscurece el cielo, comienza una tormenta terrible, inundaciones, árboles que se caen, y el cochero que pierde el rumbo. Es de noche y en medio de esa tormenta, un jinete viene al auxilio. Felicitas abre la puerta de su coche y pregunta: “-¿en dónde estamos?-”, y el jinete le responde: “-En mi estancia, que es la suya, señora-“. Se trataba de Samuel Pedro Sáenz Valiente, de 25 años, quien la invitó a guarecerse en el casco de su estancia. Al bajar Felicitas de su carruaje, Saénz Valiente tiró su poncho al suelo para que no tenga que pisar el barro. Y ella se enamoró. Y desde ese día ya no le interesó Ocampo.
Al poco tiempo, Saénz Valiente le ofrece matrimonio, y ella acepta.
El 29 de enero de 1872 hacía calor. Felicitas organizó una reunión en su quinta de Barracas, en la que anunciaría su compromiso con Sáenz Valiente.
Gobernaba Sarmiento y dicen que iba a estar el entonces gobernador de la Provincia, Emilio Castro, porque ya tenían listo el famoso puente sobre el Salado.
Ocampo, despreciado, decidió presentarse. Primero se tomó unos copetines en la Confitería del Gas, en Rivadavia y Esmeralda. Denominada así por ser la primera en tener iluminación a gas.
Ocampo entró a la quinta y pidió hablar con Felicitas, que en un principio no estaba y al llegar, trató de negarse, pero ante la insistencia de éste, y la amenaza de generar un escándalo frente a los invitados que estaban llegando, decidió atenderlo en un escritorio. Ahí fue Felicitas al encuentro de Ocampo. Detrás de ella iban Antonio Guerrero, su hermano, de 16 años, y un primo, Cristián Demaría (22), que estaba enamorado de ella. Felicitas cerró la puerta, y ellos quedaron escuchando detrás de la misma.
Se produce una discusión: “¿Te casás con Samuel o conmigo?”, gritaba Ocampo. Felicitas ya sabía lo que era que se le impusiera un hombre, y no lo soportó más. Lo echa. Ocampo, que llevaba un bastón, aprieta un mecanismo en éste que lo transforma en un estoque. Es decir, le sale un filo de adentro. Al mismo tiempo, sacó un revolver calibre 48 y le preguntó: “-¿Con cuál de estas armas preferís morir?-“   Al escuchar esto, el hermano y el primo de Felicitas decidieron entrar violentamente al escritorio. Felicitas intentó escapar por la puerta, pero Ocampo le disparó en el omóplato derecho. Felicitas trastablilló con la cola de su vestido y cayó pegando su rostro en el piso. Ocampo volvió a dispararle, esta vez al pecho. Felicitas quedó en forma transversal a la puerta. Su hermano logra abrirla desde afuera, pero se encuentra con que Felicitas había quedado en una posición que impedía que se pudiera abrir. Cuando Antonio logra meter la cabeza, Ocampo le dispara y de milagro la bala le roza el cuero cabelludo, y le queda una cicatriz de por vida, que lo hacía ver como si tuviera una raya al medio pronunciada.
El primo de Felicitas, el enamorado,  logra entrar. Se tira encima de Ocampo, que está como loco,  forcejea con él y con su misma arma le dispara en la boca. Otro disparo le dio en el estómago.
Cristián Demaría, el primo de Felicitas, era el asesino de Ocampo.
Sin embargo, para evitar el escarnio de una investigación judicial, ambas familias acordaron decir que fue un “suicidio”.  El informe pericial sobre la autopsia de Ocampo, en el que se revelaban sus heridas, “se extravió”.
Felicitas sobrevivió. Quedó paralítica, con el rostro destrozado. Fue llevada a su habitación mientras le pedía a su novio, Sáenz Valiente que no la abandonara.
El padre del primo de Felicitas envolvió el revolver en un género y le dijo a Antonio, el hermano de la víctima: “-Escondé esto para siempre, y ni a mi me digas dónde lo pusiste-“
Felicitas murió a las 5:45 del martes 30 de enero, luego de una dolorosa agonía.
Saénz Valiente, a quién le pidió que no la abandonara, hizo un duelo, digamos que corto. Se casó al año siguiente con una hija de Urquiza y tuvo con ella siete hijos.
Al parecer, acosado por las deudas, se suicidó en la década del ’30, siendo ya un señor muy mayor.
Los padres de Felicitas, destrozados, construyeron el “Castillo de Guerrero”, que está en el kilómetro 162 de la ruta 2 junto al Salado, y una iglesia en donde estaba la quinta, en la calle Pinzón 1480. La iglesia no tiene pasillo central, y nadie se ha casado allí nunca. Hay estatuas de Felicitas con su hijo y de Martín de Alzaga. Cuando en 2003 se iniciaron las tareas de reparación, sonaron las campanas sin motivo alguno, y notaron que a las estatuas de ángeles, les faltaba el ala derecha, sector donde Felicitas recibió el primer balazo. Muchas chicas que quieren casarse, suelen atar pañuelos a las rejas de la iglesia, y al otro día los encuentran húmedos de las lágrimas de Felicitas. Los vecinos de Barracas dicen que cada 30 de enero a la noche en el aniversario de su muerte, suenan inexplicablemente las campanas de la Iglesia, y el fantasma de Felicitas, vestido de blanco, triste y ensangrentado, vaga por los alrededores de lo que era su quinta.
Pero yo en realidad, no creo en el fantasma de Felicitas, sino en el del único hombre que la amó de verdad, que fue su primo. ¿Saben qué fue de ese primo, Cristián Demaría? Fue Juez Penal y se desempeñó como tal en Dolores.
En 1875, tres años después del suceso, escribió una tesis doctoral sobre la condición civil de la mujer. Entre sus expedientes se encuentra un fallo donde Demaría lograba dictar sentencia a un hombre que le había pegado dos tiros a su mujer porque ésta le había dicho que no. Una situación similar a la vivida por Felicitas, pero que no tuvo el mismo final, ya que la mujer logró sobrevivir.
Si eso no es honrar la memoria de la mujer amada…
Yo creo en la pena enorme de este hombre, en su gran amor. Y el tipo está ahí, en Barracas, cada día, cada noche, y no hace más que esperar, y esperar que ella vuelva, y le diga: “Aquí estoy, mi amor de vuelta ¿lo puedes creer?, no existe el olvido ¡he vencido!, allí, donde la tragedia apenas terminó se escuchan campanas en la noche por toda la eternidad.




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